Guadalupe Goñi
El
séptimo encuentro de tejido solidario se llevó a cabo este último sábado por la
tarde, en la Biblioteca Jorge Luis Borges (Pellegrini 638) que forma parte de
las instalaciones de la sociedad de fomento del barrio Tiro Federal.
Soledad
Rodríguez creó, allá por el 2012, el grupo Tramando
calor con amor. El objetivo principal era tejer y recolectar cuadraditos de
lana para unirlos y formar mantas. Con ayuda de Eli, una maestra que por el
cuaderno de comunicados de sus alumnos pedía la colaboración de los padres, los
cuadraditos empezaron a llegar de a montones.
Desde
ese momento, el segundo sábado de cada mes durante los meses de Marzo a
Noviembre, el grupo se reúne. Cada vez lo integran más y más personas
dispuestas a dedicar una tarde al servicio de los más necesitados. Solo en el
2017 se tejieron setenta mantas.
Los
principales destinatarios de las labores solidarias son el comedor Campana de
Palo, familias en necesidad, escuelas laborales, el merendero Puro Corazón, el
merendero de Villa Talleres, el merendero Mamá Margarita, el hospital Penna; e
incluso ayudan a una comunidad Toba en Rosario. Algunas actividades extras son
la recolección de juguetes para el día del niño y de ropa para bebés.
A lo
largo de una gran mesa se extienden ovillos de lana de todos los colores,
centímetros, tijeras, agujas de tejer y el infaltable mate con galletitas y
torta. Doce mujeres se sientan a cada costado y en los extremos. Mientras
tejen, también se ríen y la charla se desvía desde anécdotas personales hasta
el aumento de los precios. “La mayoría de la lana es donada, por suerte”,
comenta una de ellas. “Las lanas más baratas salen alrededor de cuarenta o
cincuenta pesos los cien gramos, pero una lana que no pique, suavecita, te
puede llegar a salir un riñón”, bromean. No todo es risas, también comparten
diferentes técnicas de tejido para ayudarse mutuamente.
Frente
a la pregunta de si disfruta tejer, Ana responde “sí” con ojitos brillantes,
como quien realmente ama lo que hace. “Estoy tan contenta de venir a este
grupo, porque esto que estamos haciendo va a abrigar a alguien”, su emoción es
casi palpable. “Lo bueno de esto es que se puede usar cualquier tipo de lana, y
las mantitas quedan muy alegres”.
La
mayoría de las presentes teje desde muy chiquitas: “creo que salí de adentro de
la panza con las agujas en la mano”, se ríe Norma. Ana, en cambio, cuenta con
alegre nostalgia que ya en segundo grado de primaria se había tejido su primera
bufanda. Por el contrario, Natalia se dio cuenta ya de adulta lo mucho que le
gustaba tejer. Pero todas coinciden en que tejiendo se les pasa más rápido el
tiempo y que es “como hacer terapia”.
Después
de haber tejido sin parar durante más de dos horas, la jornada está terminando.
Cada una se guarda pedacitos de lana para desarmarlos y volverlos a tejer en
cuadraditos en sus casas. Sin dudas fue una tarde amena, con la solidaridad a
flor de piel.
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