lunes, 26 de septiembre de 2016

El acordeón, recuerdos que quedarán en el tiempo.

Por Daiana Eberlé
Héctor y el acordeón, un solo corazón.
Héctor Schwerd nos recibió en su hogar, el pasillo principal en uno de sus lados se cubre de fotos en blanco y negro, de cuando tocaba y fotos de su familia. Comenzó cuando tenía 15 años junto a Agustín Meier, ambos de Pueblo Santa María, él tocaba su acordeón y Agustín el clarinete; interpretaban diferentes canciones incluso folklore. Nos relata Héctor con una sonrisa dibujada en el rostro  “casi todos días de la semana se hacían bailes, llenándose de gente; quedando igualmente espacio para bailar”.
Las risas se hicieron presentes en todo momento de la charla, la luz que ingresaba por la ventana, formaba un ambiente con bastante claridad. Se sentó en un sillón grande de color marrón, cabello oscuro, lentes y sus manos apoyadas en la panza.
Héctor comenta que en esos años conoció a diferentes personas que lo acompañaron  a lo largo de su carrera. Aprendió a tocar el acordeón solo y le fue enseñando a sus nietos,  “se debe tener oído, para aprender, al principio me tarareaban las canciones y después cuando llegaron los grabadores reproducía con eso” –comentó mientras movía de forma reiterada  la mano y pie izquierdo.
La pasión es algo fundamental para lograr lo que se propongan y recalcó “mi primer acordeón me lo trajeron de Buenos Aires, y luego me compré otro pidiendo un préstamo a una persona amiga”  -se levantó los lentes y se limpió debajo de los ojos.
 Fueron  transcurriendo los minutos relatando diferentes momentos vividos, Héctor no podía dejar de mirar su acordeón que se encontraba a su frente;  “tantas  anécdota vividas en estos años y una  en especial; estábamos tocando en un lugar-no me acuerdo donde- y un compañero de la banda se cayó del escenario con el acordeón”.
Ríe con los ojos vidriosos.
No solo tocaban en las colonias sino también eran invitados a otros lugares. Me acuerdo que “habíamos ido con la banda a un campo y tocábamos en un galpón de chapa, ese día  hacía mucho frio; había luz a motor, y por el frio conectamos una estufa,  me llamó la atención porque el dueño del campo estaba exaltado,  hablando con otra persona, comentándole que el motor andaba mal que le parecía raro y yo (Héctor) riéndome me acerqué a escuchar; cuando me enteré lo que pasaba, le dije a mi compañero andá y desenchufa la estufa”. 
Héctor ríe tanto que ya no puede seguir relatando.

Finalizó este momento con una foto con su acordeón,  no pudiendo dejar pasar la oportunidad de interpretar unas notas, agradeciendo por acercarnos a él y poder contar esta historia. Una casa llena de recuerdos, el acordeón antiguo apoyado sobre un sillón funciona de maravilla.

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