Héctor Schwerd nos recibió en su hogar, el pasillo principal
en uno de sus lados se cubre de fotos en blanco y negro, de cuando tocaba y fotos
de su familia. Comenzó cuando tenía 15 años junto a Agustín Meier, ambos de
Pueblo Santa María, él tocaba su acordeón y Agustín el clarinete; interpretaban
diferentes canciones incluso folklore. Nos relata Héctor con una sonrisa
dibujada en el rostro “casi todos días de
la semana se hacían bailes, llenándose de gente; quedando igualmente espacio
para bailar”.
Las risas se hicieron presentes en todo momento de la charla,
la luz que ingresaba por la ventana, formaba un ambiente con bastante claridad.
Se sentó en un sillón grande de color marrón, cabello oscuro, lentes y sus
manos apoyadas en la panza.
Héctor comenta que en esos años conoció a diferentes
personas que lo acompañaron a lo largo de
su carrera. Aprendió a tocar el acordeón solo y le fue enseñando a sus nietos, “se debe tener oído, para aprender, al
principio me tarareaban las canciones y después cuando llegaron los grabadores
reproducía con eso” –comentó mientras movía de forma reiterada la mano y pie izquierdo.
La pasión es algo fundamental para lograr lo que se
propongan y recalcó “mi primer acordeón me lo trajeron de Buenos Aires, y luego
me compré otro pidiendo un préstamo a una persona amiga” -se levantó los lentes y se limpió debajo de
los ojos.
Fueron transcurriendo los minutos relatando
diferentes momentos vividos, Héctor no podía dejar de mirar su acordeón que se
encontraba a su frente; “tantas anécdota vividas en estos años y una en especial; estábamos tocando en un lugar-no
me acuerdo donde- y un compañero de la banda se cayó del escenario con el
acordeón”.
Ríe con los ojos vidriosos.
No solo tocaban en las colonias sino también eran invitados
a otros lugares. Me acuerdo que “habíamos ido con la banda a un campo y
tocábamos en un galpón de chapa, ese día
hacía mucho frio; había luz a motor, y por el frio conectamos una
estufa, me llamó la atención porque el dueño
del campo estaba exaltado, hablando con
otra persona, comentándole que el motor andaba mal que le parecía raro y yo
(Héctor) riéndome me acerqué a escuchar; cuando me enteré lo que pasaba, le
dije a mi compañero andá y desenchufa la estufa”.
Héctor ríe tanto que ya no puede seguir relatando.
Finalizó este momento con una foto con su acordeón, no pudiendo dejar pasar la oportunidad de interpretar
unas notas, agradeciendo por acercarnos a él y poder contar esta historia. Una
casa llena de recuerdos, el acordeón antiguo apoyado sobre un sillón funciona
de maravilla.
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