La montehermoseña Elvira Tile Cereijo participó en los Juegos Bonaerenses Adultos Mayores en la ciudad de Mar del Plata, representó a nuestra ciudad en Literatura y trajo la medalla de oro en narrativa.
Por Facundo Quiroga
El pasado 23 de Agosto Elvira Cereijo
Tile Cereijo brillando más que su medalla. |
¿Cuándo comenzaste a escribir cuentos?
-Yo escribí siempre y de forma espontánea, en
mi adolescencia escribía por necesidad, para descomprimir alguna situación.
Actualmente me pasa que voy caminando, veo algo y me digo “esto es para un
cuento”.
-Escribí mucho cuando tuve que cuidar a mis
padres, ellos padecieron demencia senil, en esos escritos utilizaba un humor
irónico, que me servía para sobreponerme, un día ellos eran mis padres, al otro
eran unos nenes y volvían a ser mis padres. Esto con el
tiempo me fue desgastando, por eso digo que el escribir me ayudó a descomprimir
situaciones.
-¿Estudiaste o te capacitaste para mejorar la
forma de escribir?
-Nunca me capacité, pero en este cuento fui a
un taller literario de nuestra ciudad para que me ayuden a corregirlo en
puntuaciones, adjetivos y verbos.
-¿Qué sentiste cuando nombraron tu cuento como
el ganador?
-Una emoción inmensa, no lo podía creer. Era
muy fuerte para mí estar entre los mejores de la Provincia. Y ahora mi cuento
compite en el Torneo Evita, ahí estaré representando a Buenos Aires entre todas
las Provincias de país.
-¿Cómo se llama y de que trata el cuento?
Se llama El Viaje, y comienzo describiendo Viedma,
Patagones, Rio Negro ya que con mi marido viajamos muy seguido. El cuento trata
de una desaparición. Cada párrafo tiene algo de mi vida. El buscar, el
deambular me recuerda la desaparición de mi hermana en 1976. La angustia que yo
sentí se ve reflejada en el cuento y quería
compartirlo con mi gente.
EL VIAJE
Desde hace cuatro años viajamos con mi esposo Abel al “Abierto de la
Patagonia”, torneo de golf que se realiza en el marco de las festividades de
Carmen de Patagones. Como el encuentro atrae a tanta gente, nos alojamos en
Viedma, del otro lado del Río Negro.
Dos pueblos separados por un río, uno antiguo, otro joven, compartiendo la
gesta de defensa heroica de nuestra soberanía.
Cuando llegamos el viernes, el compañero de mi esposo no estaba, entonces
acordaron telefónicamente encontrarse a las tres de la tarde.
Al día siguiente, el horario de juego era a las ocho. Decidí quedarme acostada
disfrutando la suavidad de la cama, la caricia de los rayos del sol entrando
por la ventana, el aroma del café, placeres de jubilada. Lo único que faltaba
para una felicidad plena era el resto de la familia a mi lado.
Almorzamos en un restaurante a la orilla del río, el único abierto del lado de
Viedma, era realmente extraño dada la cantidad de turistas, pero la multitud
estaba en Carmen de Patagones. También la música, bandas, desfile, avioneta
sobrevolando con propaganda, drones, cantos, risas, la lancha cruzando y
cruzando gente desde Viedma a Patagones. Nos estábamos perdiendo la fiesta. Con
gran entusiasmo subimos al auto y cruzamos el puente Villarino.
Estacionamos.
Unas niñas vestidas con tutú corrían subiendo las barrancas maragatas, las
seguimos porque seguramente sabrían dónde estaba el espectáculo, nos cruzamos
con karatekas, jugadoras de hockey, rugby, fútbol, guardapolvos blancos y a
cuadritos, uniformes antiguos, militares, paisanos, trajes típicos italianos,
árabes, griegos, era como una gran fiesta de disfraces. Llegamos a la catedral
justo cuando pasaba la banda de la policía femenina, guardavidas de distintas
localidades, bomberos, autos antiguos, hermosas carretas, sulkys, y cerrando el
desfile caballos enjaezados en plata y oro.
Me senté en la vereda, mis várices no daban más. Contemplaba el hermoso y multicolor
espectáculo, de un pueblo que se muestra y dice: aquí estamos.
Agotados caminábamos hacia el auto cuando vimos la gigantesca feria, imposible
resistirnos, entramos. Un aquelarre de puestos se abría ante nuestros ojos,
todo lo que imagines estaba allí para ser vendido. Los pasillos atiborrados de
gente, que iba, venía, empujaba, algunas mamás te llevaban por delante con el
cochecito de sus hijos, otra te golpeaba, nadie pedía disculpas, estaba
implícito llegar primero, una marea humana incontrolable.
Nuestro ritmo era otro, y estaba la posibilidad del desencuentro, así que
acordamos que cada hora, en punto, nos encontraríamos en el portón de la
entrada, y así cada uno seguiría mirando y disfrutando de tantas cosas lindas y
baratas. El consumo se apoderó de nuestras mentes. El tiempo corría
vertiginosamente, empecé a caminar hacia el portón y allí estaba Abel
esperándome. Decidimos volver al hotel porque estábamos agotados, el campeonato
de golf continuaba a la mañana, últimos doce hoyos.
Decidimos quedarnos un día más para disfrutar del buen clima y volver a la
feria que nos había atrapado. Tal como habíamos quedado nos encontramos cada
hora en la entrada.
Fuimos a los sanitarios, había veinticuatro baños portátiles dispuestos en
línea, doce para damas, doce para caballeros. En el de las mujeres, como
siempre, una larga cola, el de los varones tres o cuatro personas esperando.
Decidí aguantar hasta que llegara al hotel, así que Abel se acercó y yo me
retiré unos metros. No me di cuenta en qué sanitario entró pero esperé,
entraban y salían, me pareció que se demoraba mucho. Seguí esperando, me
acerqué pregunté a dos señores si había en los sanitarios un hombre de jean y
chomba blanca, me dijeron que no. Esperé, les pedí que miraran, algo extrañados
abrieron todas las puertas, no había nadie, estaban vacíos. Supuse que había
salido, pero recordaba que había mirado con atención.
Volví al portón de entrada de la feria. Cuando se hizo la hora, mi esposo no
apareció, había policías y militares, les pregunté si no habían visto a mi
esposo y lo describí. Algunos se rieron y me tranquilizaron diciéndome que
seguramente se había entretenido por ahí.
Lo llamé a su celular, después recordé que lo había dejado en el hotel, volví
caminando entre la multitud, ya no me parecía tan alegre la feria, un pequeño
grado de angustia tocaba mi corazón, miré, miré, volví a los sanitarios, allí
hablé con un encargado de limpieza contándole lo que me pasaba, se compadeció y
me llevó a revisar baño por baño, no había nada.
Llamé por mi celular al hotel preguntando si estaba allí, me dijeron que no.
Recorrí palmo a palmo la feria, preguntando y preguntando, mostrando la foto
que tenía en el celular. La gente me prestaba un mínimo de atención ya que cada
uno estaba en lo suyo. Volví al portón de entrada, los guardias me preguntaron
si lo había encontrado, uno se apiadó de mi angustia y me acompañó a caminar
por la feria hasta los sanitarios, donde no sólo revisamos los retretes
masculinos sino los femeninos.
Me preguntó si no nos habíamos peleado, ahí recordé que teníamos estacionado el
Corsa, fuimos y estaba cerrado con su pullover tal cual lo había dejado. Abrí
el auto para ver si encontraba una nota diciendo dónde estaba. Nada había,
nada, nada.
Agradecí al guardia y me fui al hotel para verificar si estaba todo bien,
después fui a la comisaria a hacer la denuncia. Me trataron con gran
deferencia, me dijeron que me fuera a dormir y que a la mañana temprano
volviera. Eso hice, no pude dormir pero obedecí, era lo más coherente. A la mañana
fui a la feria que estaba en pleno desarme.
Recorrí hospitales, centros médicos y consultorios para ver si alguien había
ingresado con las características de mi esposo. En la comisaría tomaron mis
datos y preguntaron sobre mi relación con él, me di cuenta que pensaban que se
había ido voluntariamente. Llamé a mi familia, les dije lo que pasaba y que me
quedaría en el hotel.
Al otro día vinieron dos de mis hijos, volvimos a ir a la comisaría, al predio
de la feria, a la empresa que prestaba los sanitarios, ninguna novedad.
Comenzamos a recorrer las dos ciudades, a llamar a los amigos de Río Negro, a
informar lo que nos pasaba, hicimos una ampliación de la foto y pegamos en
comercios, paseos, museos, postes, todos nos ayudaban. Extendimos la búsqueda por
los medios. Mis hijos me convencieron de que volviera a Monte Hermoso porque el
gasto del hotel ascendía y ascendía. Antes de irme dimos una recorrida por los
lugares que habíamos visitado, la cancha de golf, las cuevas maragatas, el
museo del agua, el de la Memoria y Villa 7 de Marzo.
Ya en casa, revisé mentalmente paso por paso, busqué las fotos que había
sacado, en una de las últimas habíamos pedido a una chica que nos fotografiara
y Abel tenía una bolsita de nylon verde pequeña en la mano como si hubiera
comprado algo más.
Me atormentaban los detalles, lo último que nos dijimos, mi mirada atenta en
los sanitarios no daba lugar a que él hubiera salido, pasado a mi lado y que no
me hubiera percatado. Estábamos felices por el paseo y nuestra vida de jubilados
era bella, no había posibilidad de que se hubiera ido voluntariamente.
Mi vida seguía en automático, mis hijos y compañeros eran mi consuelo. Volví
con mi amiga a Río Negro a renovar los carteles de la foto de mi esposo que se
habían despegado, fuimos a dos localidades más a pegarlos, la policía no sabía
nada. Trataba de disimular mi tristeza, mi angustia por no saber. Pedí que me
dejaran ver nuevamente el registro de los hospitales y puestos sanitarios de
esos días. Ninguna novedad.
Recorrí la provincia, de comisaría en comisaría, la búsqueda estaba pero no
había novedad, todo era más urgente e importante que un viejo perdido.
Los días transcurrían como en una bruma, un como si hay que seguir viviendo sin
saber, un rompecabezas de preguntas, respuestas y nuevamente preguntas, la
culpa, la esperanza, el desasosiego y a seguir viviendo.
Una amiga fue a consultar a una adivina y vino con una noticia positiva: el año
que viene se va a resolver todo. No sabía si mandarla a la mierda o
agradecerle; pero la vi tan confiada y segura de la predicción que no le dije
nada. Cómo explicarle que una desaparición no depende del cosmos, sino de las
circunstancias que la rodean, pero hasta este momento esas circunstancias eran
inexplicables.
Siguieron días grises, parecía que se lo había tragado la tierra, pensé en mi
pasado, en mis compañeros de militancia, desaparecidos, tal vez estuviera con
ellos. Y enseguida la razón me volvía a la realidad de no saber nada.
Pasó el invierno, primavera, verano. Mi angustia se estabilizaba y a veces
desbordaba. Llegaba la fecha del torneo de golf y me animé a decir a la familia
que iba a ir a la fiesta. Todos protestaron porque decían que era agregar más
sufrimiento a lo que había pasado, pero un empecinamiento irracional me empujaba
y les dije que iba a ir sí o sí. Que no necesitaban acompañarme, que estaba
bien, pero que quería ir a todos los lugares que había recorrido con él.
Que debía hacerlo para elaborar el duelo de mi pérdida, y que además, pensaba
hacerlo todos los años. Mis hijos conocen lo determinada y extrema que soy, así
que se encogieron de hombros y me dejaron ir, con la condición de que volviera
el domingo ya que a ellos se les hacía imposible el viaje. Les prometí que así
lo haría.
Mis entrañas se retorcieron al entrar al hotel, recorrí todos los lugares, fui
al desfile y me metí en la feria, comencé a recorrer los pasillos, mi corazón
se aceleraba, y creo que estaba toda transpirada. Pregunté dónde estaban los
sanitarios y me indicaron el mismo lugar que el año anterior. Y allí estaban
los veinticuatro sanitarios, una larga fila donde decía “Damas”, dos o tres
hombres en el lugar de “Caballeros”. Las lágrimas fluyeron incontrolables, me
quedé mirando, mirando, como esperando un milagro.
Qué loca soy, qué loca estoy.
De pronto se abre la puerta de un sanitario sale Abel con su jean, chomba
blanca y una bolsita verde en la mano, se acerca y me dice: “¿Tuviste que
esperar mucho?”.
ELVIRA MARGARITA CEREIJO.
Excelente relato Elvira Margarita! Merecido reconocimiento. Y una gran expresión de deseo en ese final... Quizás deseando que lo que pasó en aquel tiempo cruel del terrorismo dd Estado hubiese tenido este final.
ResponderEliminar